lunes, 6 de agosto de 2007

Gracias por el fuego

Y de pronto sintió que estaba a merced de aquel desconocido. Porque toda su piel le respondía y cada adivinación de un nuevo paso tenía en ella una repercusión del baile, para convertirse en nuevas aproximaciones a un espasmo final que, desde ya, la esperaba en algún instante de su futuro. Sabia que ahí no habia afinidad espiritual, ni recuerdos en común, ni descubrimientos de la simpatía, ni ninguno de esos indicios precursores del amor. Pero sabía que donde el hombre dijera "vamos", ella iría como una automata, como un robot.



Mario Benedetti

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